Si hay un diseñador que encarne el espíritu de los ochenta ese es Chirstian Lacriox. Nadie ha sabido crear a partir de la opulencia como él, ni entender la riqueza de su fantasía barroca de forma tan magistral, terciopelo, seda, encajes y bordados, decoraciones y joyas. Todo mezclado con exceso, pero con un inigualable estilo.
En 1987 el periodista Julie Baumgold escribió con motivo del primer desfile de Lacroix en Estados Unidos.: “Unos vestidos con tal brillantez y lujosa arrogancia seguramente se vieron por última vez en el siglo XXVIII, mientras los aristócratas franceses avanzaban hacia la guillotina”
Pero Lacroix no pudo esquivar las críticas. Muchos le acusaron de producir kisth suntuoso, típico de la desmesura de la década. En corte y confección supuso toda una revolución.
Con todo, sus críticos pasaron por alto el hecho de que Lacroix tiene formación en muchos campos, que domina el oficio como ningún otro y que, además, posee sentido del humor y audacia. Solo los salones más conservadores se basan únicamente en la opulencia; en Lacroix se descubre también la frescura de los punks. Al igual que los creativos de la calle, mezcla lo que le gusta y lo que le llama la atención. Y puesto que ve y sabe más que el punk normal, el resultado es, a menudo, asombrosamente suntuoso y colorido. Pero ¿por qué debería considerarse eso un pecado? Sin la ligereza la moda muere. Y la alta costura parecía muerta cuando Lacroix aportó nueva vida a principios de los ochenta. Así como a la incorporación de nuevos volúmenes en corte y confección.
Tras estudiar arte, Lacroix, nacido en el sur de Francia, quería hacer carrera como curador, pero al conocer a su futura esposa, Françoise, a la que sigue admirando por su talento para improvisar en la moda, siguió a la frívola musa. Se formó en Hemès y en la corte imperial de Tokio. En 1981 se hizo cargo de la alta costura en la tradicional casa Patou, allí sorprendió y cautivó con colores alarmantes, llamativos complementos y, evidentemente con el famoso y odiado “pouf” la falda corta y rellena que resultaba divertida sin importar que fuera llevable.
En 1987, Lacroix pudo inaugurar su propia casa de moda financiada por la multinacional de artículos de lujo LVMH. Fue la primera tras la de Yves Saint Laurent en 1962. El primer desfile de Lacroix fue tan aplaudido como lo habían sido los de Dior y Saint Lauren 25 años atrás. Fue galardonado por segunda vez con el codiciado dedal de oro por su segunda colección propia. La primera vez lo había recibido por la alta costura creada para la casa Patou. Ese mismo año, Lacroix, considerado príncipe de la moda, fue a Nueva York, donde la presentación de su lujosa colección coincidió con el crack de la bolsa. Para muchos fue la ocasión indicada para distanciarse de las ostentosas muestras de suntuosidad como las que practicaba Lacroix.
A pesar del renombre que Christian Lacroix disfrutó durante las décadas de 1980 y 1990, siendo considerado uno de los diseñadores más influyentes y admirados, todo ello no fue suficiente para afrontar los problemas económicos de su firma. Su última colección de alta costura, presentada en julio de 2009, marcó el final de su nombre en el mundo de la moda.
A pesar de que Lacroix renunció desde ese momento a los desfiles de Alta costura, cerró la mayoría de puntos de venta y tuvo que despedir a casi todos los empleados de la firma, renunciando incluso al uso comercial de su nombre, su relación con el mundo de la moda continúa. En el año 2011 el creador anunció una colaboración con la firma española de moda Desigual, para crear una línea exclusiva de prendas.