Corte y confección – El estilo de los ’90

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Al igual que en los ochenta, los noventa empezaron con mucho glamour, aunque en esta ocasión no fuera de la mano de mujeres de carrera, sino de las top models. Se habían convertido en estrellas, a veces incluso por delante de las famosas de Hollywood, que de repente empezaron a considerar chic vestirse discretamente, con chándal y zapatillas de deporte, igual que la chica de la casa de al lado. Las super modelos, por el contrario, disfrutaban de sus nuevas posibilidades, bailaban muy acicaladas en todas las fiestas y dejaban que las idolatraran como si fueran diosas.

Solo unas pocas adolescentes trabajaban con ahínco por conseguir parecerse a ese ejemplo casi inalcanzable de brillante perfección con el objetivo de ser descubiertas. Las exigencias de los ochenta habían dejado exhausto al ejército de mujeres trabajadoras. Se les había intentado hacer creer, especialmente en revistas como Cosmopolitan, que podían tenerlo todo: carrera, sexo, un marido con éxito y un dulce bebé como “complemento” más codiciado. Evidentemente, el lema “you can have it all” solo iba dirigido a las mujeres esbeltas, en buena forma, arregladas de los pies a la cabeza y además graciosas, encantadoras y seductoras. En 1991, la americana Naomi Wolf desenmascaró ese doloroso ideal calificándolo de altamente perjudicial en su libro El mito de la belleza.

Las primeras en no sentir ningunas ganas de disfrutar de la libertad de aceptar dobles o triples cargas, fueron las hijas de las mujeres con carrera. Rechazaban los ideales de sus madres, siempre exhaustas, así como el estilo agresivo y la artificialidad del maquillaje. Preferían pasarlo bien a tener una pequeña carrera. Y es que, al fin y al cabo, el tenso mercado laboral no podía ofrecerles mucho.

Al poco tiempo tampoco quedaba sitio para las supermodelos, excesivamente caras para una economía textil enferma y excesivamente despampanantes para la consumidora de a pie. Empezó a surgir un contra movimiento: El Grunge. Grupos musicales como Nirvana, Pulp, Oasis, Laas y Stone Roses, popularizaron la anti-moda, el estilo homeless, todo lo contrario, a los artificiosos looks de grupos de los ochenta como Spandau Ballet, Duran Duran o la emperifollada Madonna, que lista y oportunista como es, no tardo en acomodar su imagen a la época, eso sí, con su particular visión. Pero, esta nueva anti-moda fue comercializada por la industria de la moda y de la belleza con una rapidez pasmosa.

Las modelos con aspecto de haber sido recogidas en una esquina, el maquillaje corrido y difuminado, y conjuntos aparentemente formados por viejas prendas sueltas mal combinadas salieron a la pasarela por primera vez de manos de jóvenes diseñadores belgas como Martin Margiela, aunque no tardaron en encontrar un camino de entrada en las revistas de categoría que iban en busca de un nuevo estilo.

Pero no lo hallaron en toda la década. En lugar de ello se acondicionaron de nuevo a los estilos de las décadas anteriores. En 1993, el Grunge alcanzó su punto álgido y a la vez su final, aunque el desconstructivismo permaneció en la moda (de aquellos lodos estos barros)

La nostalgia de la belleza se expresó en un nuevo glamour, con brillo en los ojos e incluso tiaras de brillantes en el pelo. Se rescató a las top models, que habían estado vetadas durante un tiempo. Algunas modelos de la época grunge lograron sobrevivir: se quitaron los piercings de la nariz y se pusieron brillantina en el pelo y se arreglaron, aunque poco después pudieron desmaquillarse y representar la desastrada “elegancia de la heroína”, que mostraba a unas chicas extremadamente jóvenes y delgadas en poses poco favorecedoras.

A continuación, la frescura natural volvió a la moda. Las mujeres debían tener el mismo aspecto que cuando salían de la ducha: el cutis brillante y húmedo, los cabellos relucientes y limpios.

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